Artículo publicado en la revista DKV 360
La causa de la crisis ambiental es la
extracción excesiva de recursos para sostener nuestro modelo de producción y
consumo.
Somos 7.500
millones de personas en la Tierra, y las proyecciones sitúan la población en
10.000 millones en la segunda mitad de este siglo. Según la organización
internacional WWF, en 2012, era necesario el equivalente a 1,6 planetas Tierra
para obtener los recursos naturales y los servicios que la humanidad consume en
un año. Imaginemos lo que puede pasar si los países menos desarrollados logran
su legítimo objetivo de alcanzar un nivel de consumo equivalente al de los
ciudadanos de los países ricos.
Hay quienes creen que la llamada economía verde, que propone un mejor aprovechamiento de los recursos y se apoya en los avances técnicos, puede resolver nuestros problemas, sin necesidad de cambios de mayor calado. Yo creo que puede hacernos ganar tiempo, nada más.
Son varias las
razones que sostienen mi desconfianza. Una de ellas es que, como cada vez somos
más, es muy posible que, aun considerando estas ganancias en eficiencia, el
balance neto resulte en un mayor uso de los recursos. Además, la disponibilidad
de tecnologías ahorradoras no garantiza su uso. No tenemos más que recordar el
caso de la energía: a pesar de la amenaza del cambio climático, el despegue de
las renovables no se ha iniciado hasta que el precio del kilovatio producido con
ellas se ha acercado al del kilovatio producido con energías convencionales. Sin
embargo, si nuestro modelo económico incorporara al precio de las cosas el coste
del impacto ambiental y social que generan a lo largo de su ciclo de vida, el
precio de mercado del kilovatio renovable habría sido inferior al del kilovatio
convencional desde hace mucho tiempo. Y esto mismo ocurriría con otros muchos
bienes de consumo.
Además, las
decisiones tomadas tiempo atrás limitan nuestro margen de maniobra. Es el caso del
modelo de urbanismo disperso, que conlleva la necesidad de continuos
desplazamientos motorizados. O el de las inversiones en infraestructuras y
equipos energéticos o de transporte: sus promotores desean seguir explotándolos
y presionan para retrasar la adopción de tecnologías más eficientes.
Lo anterior se
refiere a decisiones empresariales y políticas. En cuanto a nuestras decisiones
personales, priorizamos nuestra comodidad y no nos resulta fácil aceptar
límites porque anteponemos nuestra satisfacción, aunque ello conlleve mirar
hacia otro lado para no ver el impacto ambiental y social de nuestro consumo. “Necesitamos”
ordenadores, móviles, electrodomésticos o coches con más prestaciones, o
renovar nuestro fondo de armario con la mayor frecuencia posible, o disponer de
infraestructuras para practicar nuestras aficiones allí donde vayamos. Todo ello
tiene un elevado impacto ambiental y social, pero la gran mayoría de quienes
integramos esa pequeña parte de la población mundial con elevado poder
adquisitivo seguimos comportándonos como si el deterioro ambiental no fuera con
nosotros.
No sabemos
porqué ni para qué existimos pero, ya que existimos… ¡pasémoslo bien! Sí, es muy
comprensible pero, si ponemos en un plato de la balanza la excitación que nos
causa el consumo de cosas superfluas y en el otro los daños sociales y
ambientales colaterales, así como el estrés, la ansiedad, el conflicto y la
frustración que a menudo nos produce perseguir ese consumo, ¿es ésta la forma más
lúcida de pasarlo bien?
En mi opinión,
superar la crisis ambiental exige consumir menos y con más inteligencia, y ello
requiere otro estilo de vida y otra forma de organización social. La emergencia
ambiental ha llegado por haber priorizado las capacidades y cualidades útiles para
el mercado, que se basa en la competencia y en la ley del más fuerte. Sin
embargo, en todos los lugares y épocas surgieron filosofías y prácticas que potenciaron
la introspección para ahondar en el autoconocimiento como forma de ganar
serenidad, claridad mental y paz interior, así como para cultivar el desapego
en lugar del deseo. Todo ello conduce a gestionar mejor las emociones y, por
tanto, a reducir los conflictos.
Está en
nuestra mano ser ese tipo de persona informada y empática con los demás seres
humanos y con el planeta que presta atención a los impactos sociales y
ambientales y no cae en el consumismo, que le da más valor al ser que al tener
y que no hace depender su felicidad de su capacidad de consumo; esa persona sin
complejos a quien le da igual lo que tengan o hagan los demás, que es capaz de
autoimponerse límites o, al menos, que los acepta cuando es necesario para
proteger el medio ambiente y los derechos de los demás.
Y también, esa persona
con espíritu crítico y constructivo, que intenta entender nuestro complejo
mundo desde un enfoque holístico, que es consciente de que su ser deja huella y
busca activamente ser parte de la solución, para no ser parte del problema.
Imagen tomada de http://ideaa.eu/ecologia-religione/la-crisis-ambiental-y-la-economica-estan-entrelazadas/
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