En este artículo quiero hablar de la forma en que creo que
deberíamos de estar en el mundo para que este complejo y extraordinario ser que
somos los humanos pueda desplegar su potencial indefinidamente, contribuyendo
quizá con su propio potencial a perfeccionar el del Universo.
Hay muchas formas de estar en el mundo. Tantas como seres
hay. Es imposible conocerlas todas, pero
es fácil determinar si tras una determinada forma de estar subyace una actitud
favorable al despliegue de ese potencial, es decir, una actitud favorable a la
vida. Por actitud favorable a la vida entiendo aquella que obra conscientemente
en pos del bienestar propio y ajeno, desde el respeto al planeta y a sus
habitantes, las plantas y animales que nos acompañan en nuestro viaje. Es
evidente que, conforme a esta definición, muy pocas personas obtendrían un
sobresaliente, aunque solo sea porque la inmensa mayoría fallamos debido a
nuestras pulsiones consumistas, que dañan a la Tierra y, a la postre, también a
nosotros mismos.
En determinados ámbitos de pensamiento decir que la
humanidad se encuentra en una encrucijada es casi un lugar común. Pero no por
ello deja de ser cierto. Nuestra accidentada existencia está jalonada de
progresos y de desastres. A día de hoy el futuro es incierto. Sí, he dicho
incierto, porque hay un elemento que evita que caiga en el pesimismo: nuestro
progreso tecnológico ha permitido que miles de millones de personas tengan sus
necesidades básicas cubiertas y, entre ellas, muchas han desarrollado valores
postmaterialistas. En general son personas que no tienen que pagar un alto
precio en términos de estrés y de ansiedad por tener sus necesidades básicas
atendidas. Está claro que la actual crisis, que nos lleva a una creciente
precarización, y el bautizo de cientos de millones de personas de los países en
vías de desarrollo en la religión del consumismo, no juegan a favor de la
expansión de esos valores postmaterialistas.
Bien, lo cierto es que la actual crisis tiene unas
dimensiones colosales, que no se habían dado anteriormente. Lo nuevo de la
situación es que ahora los agobios económicos afectan especialmente a Europa y,
sobretodo, a la llamada Europa periférica, que lo es tanto por su posición geográfica
como por su subordinación a la Europa Central y del Norte. Pero la crisis de
recursos, es decir, la crisis ambiental, es la que de verdad nos va a forzar a
cambiar el rumbo, salvo que apostemos por una catástrofe de grandes
dimensiones. Una catástrofe que no sería un acontecimiento único, sino una
serie de acontecimientos derivados del cambio climático (escasez de agua y de
alimentos, progresión de las enfermedades, migraciones masivas) y de la
sobrexplotación de los recursos minerales, biológicos y energéticos. Es decir,
dificultades ante las que, seguramente, reaccionaremos peleándonos entre
nosotros. Surgirán tensiones geopolíticas y, con toda seguridad, también
guerras por el control de los recursos. Si el Gobierno español estaba dispuesto
a entrar en guerra con Marruecos por un peñasco llamado Perejil, el de Estados
Unidos guerrea sistemáticamente para controlar las zonas petroleras y gobiernos
y empresas transnacionales occidentales juegan un papel muy oscuro en las
guerras por los diamantes o por el coltán en África, ¿qué no seremos los
humanos capaces de hacer cuando nos puedan faltar agua y alimentos?
Y es que el agua y los alimentos están faltando ya y las
previsiones apuntan a que la oferta de los mismos puede no llegar a satisfacer
una demanda creciente. No estoy hablando de la situación que ya viven cientos
de millones de personas en los países pobres; me refiero a los incrementos de
precios en estos bienes esenciales que pueden afectar muy seriamente también a
los países ricos. Y otro tanto ocurre con la energía: el petróleo es cada vez
más escaso y difícil de obtener; el uso de otros combustibles fósiles, como el
gas natural y el carbón, emite CO2 y provoca el calentamiento
global; la energía nuclear no es rentable, lo cual, afortunadamente, frena su
desarrollo; las energías renovables no se extienden con la rapidez necesaria …
Agua, energía y alimentos en primer término, y minerales estratégicos en
segundo lugar, estarán en el centro de tensiones crecientes. Tensiones que unos
seres como nosotros, tecnológicamente desarrollados pero muy primarios en lo
que a nivel de conciencia se refiere, probablemente intentaremos resolver con
la competencia en lugar de con la colaboración; con la guerra en lugar de con
la confraternización ante problemas comunes.
No me extiendo más sobre la gravedad de nuestros desafíos
medioambientales. Según las encuestas, hay mucha gente que todavía no se los
cree, no los conoce y/o siente que no le afectan y que no son una prioridad (la
última encuesta del CIS en España es bastante elocuente al respecto). Pero es
fácil salir de la ignorancia porque, si hay algo que abunda en nuestros días y
es accesible, es la información.
El sistema económico mundial tiene una inercia enorme. La
forma en que la mayoría de nosotros nos ganamos el pan es insostenible desde el
punto de vista medioambiental. Quienes todavía disfrutamos del bienestar dedicamos nuestra energía a mantenerlo, y quienes ya lo han perdido o no llegaron a tenerlo
no son suficientemente fuertes como para lograr un cambio de rumbo. Entretanto,
es evidente que una minoría ciega por su codicia y su ambición dirige
irresponsablemente el destino de la humanidad. Lo hace con la cooperación necesaria
de una clase política mayoritariamente mediocre y demasiadas veces corrupta, a
lo que hay que añadir el pasotismo de la mayoría de la sociedad.
Por tanto, como reza el título del libro de mi amigo Alfonso
Colodrón, es hora de despertar. Termino este artículo con las siguientes
propuestas para no ser colaboradores de la destrucción.
- Sé muy cuidadoso con el uso de los recursos. Ahorra agua, energía y genera los menos residuos posibles. No hace falta que te diga cómo: hay mucha información en internet.
- Cuida tu alimentación y la de los tuyos. Busca calidad y, a poder ser, hazlo fuera de los monopolios de distribución. Apoya el comercio local y compra alimentos de temporada producidos cerca de ti. Interésate por las cada vez más numerosas cooperativas de consumidores.
- Haz de la austeridad y de la solidaridad principios rectores de tu vida. Este sistema depredador de los recursos y de las personas tendrá que cambiar necesariamente cuando el exceso, el consumismo, el usar y tirar y la competencia descarnada sean sustituidos por la moderación, la austeridad, la responsabilidad y la cooperación.
- El dinero es la sangre del sistema capitalista. Los bancos, a través de nuestros depósitos, y los gobiernos por medio de los impuestos que recaudan y gastan, son el corazón que lo bombea. Coopera para que el corazón bombee bien y que la sangre se distribuya adecuadamente. Para ello, busca información sobre banca ética, monedas sociales y finanzas alternativas. Sé consciente de aquello en lo que es bueno gastar el dinero público y aleja tu dinero de bancos que no te informan de en dónde lo invierten.
- Haz un esfuerzo por conocerte y por conocer a los demás desde una actitud serena y desprovista de prejuicios. Dedica tiempo a la espiritualidad a través de la meditación u otras fórmulas de desarrollo personal. Te ayudará a desapegarte de las pulsiones y obsesiones de todo tipo y a ganar bienestar para ti y para quienes te rodean.
- No caigas en el pesimismo. La fuerza la tenemos todos y cada uno de nosotros. El todo es más que la suma de las partes. Las crisis son la oportunidad para mejorar. De hecho, al igual que ocurre en la vida de las personas que, para cambiar, necesitamos una buena crisis, a las sociedades les pasa lo mismo, porque están compuestas de personas.
Estamos en una encrucijada: haz lo posible para encontrar el
camino de salida correcto.
Por Miguel
Á. Ortega. Economista. Director de la Asociación Reforesta
Comentarios