¿Cómo financiar la transición ecológica en tiempos de pandemia?

 

Estábamos ya en el tiempo de descuento cuando por fin despertó el interés por abordar la transición ecológica. Los líderes se enfrentaban a preguntas inquietantes: ¿Cómo financiarla en un contexto de elevada deuda pública y desigualdad? ¿Cómo extraer menos recursos mientras la población no deja de crecer? ¿Cómo superar la disyuntiva crecimiento versus colapso del sistema? ¿Cómo conseguir una eficaz gobernanza mundial? ¿Cómo podemos pagar el precio que realmente valen las cosas sin generar inflación y perjudicar a los más vulnerables? ¿Cómo evitar que el desarrollo de la inteligencia artificial y de la biotecnología cree una sociedad de castas? ¿Cómo garantizar la paz en un planeta que pierde habitabilidad y recursos, pero gana población? Y lo más importante: ¿cómo focalizar la atención en la transición ecológica en un mundo surcado por tensiones sociales, geopolíticas e ideológicas?

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Pero tras este reciente despertar global el mundo ha caído en la pesadilla de la COVID 19 y ahora hay que añadir otras dos interrogantes: qué actitud tomar respecto a la expansión mundial de la ganadería superintensiva y cómo financiar al mismo tiempo la transición ecológica y la reconstrucción post-COVID 19, incluyendo el imprescindible fortalecimiento de los sistemas públicos de salud como medida preventiva frente a la probable emergencia de nuevos virus.

En el sector ambiental afloraba una percepción común: la emergencia ecológica traería una degradación paulatina de nuestras condiciones de vida debido a sus efectos en ámbitos como la seguridad alimentaria, el acceso al agua, la disponibilidad general de recursos, los flujos migratorios, el equilibrio geopolítico y, por supuesto, la salud pública. Respecto a esta última teníamos presentes las consecuencias de la exposición a fenómenos meteorológicos extremos, incluyendo la desnutrición y problemas en el abastecimiento de agua y en el saneamiento, así como la mayor incidencia de enfermedades hasta ahora circunscritas a áreas tropicales. Pero no eran tan conocidas las advertencias que el mundo científico venía lanzando desde principios de este siglo respecto al salto a nuestra especie de virus “liberados” por la acción combinada de la destrucción de los ecosistemas y de la ganadería intensiva. Y comprobamos con estupor que los responsables políticos las pasaron por alto.

La COVID 19 ha surgido en una zona con alto crecimiento de la población, de la economía y del consumo de carne (algo común en países emergentes). China ha sacrificado la mitad de su cabaña de cerdos como consecuencia de un brote de peste porcina. Según su Oficina Nacional de Estadísticas, en agosto de 2019 el precio de la carne de cerdo ya había subido un 46,7 % interanual . Esto ha podido incrementar la caza de especies salvajes para consumo humano. Por otra parte, la mayor interacción de la fauna silvestre con ganado criado en enormes macrogranjas, a menudo construidas en áreas recientemente deforestadas y roturadas, facilita la expansión de nuevas enfermedades y su salto a las personas. La combinación ganadería intensiva-destrucción de ecosistemas tiene un enorme potencial letal. A pesar de ello, países como España autorizan la continua instalación de estas enormes explotaciones intensivas.

Es evidente que la economía mundial no sólo se enfrenta a un mayor gasto derivado de las consecuencias de la pandemia, sino también a una intensa caída de los ingresos fiscales. Para financiar la transición ecológica necesitamos 20 billones de $ entre 2020 y 2030, según la estimación que ha realizado el fondo de inversión ISF Global Climate Change de Schroders . Esa cifra equivale prácticamente al PIB de EE.UU en 2019. Sin embargo, la deuda mundial alcanzó ese año 255 billones de $, es decir, el 322 % del PIB anual del planeta . Es una deuda acumulada tras muchas décadas, que ha crecido 40 puntos porcentuales desde 2008. No es fácil movilizar los fondos necesarios para acometer la transición ecológica ni extender a nivel mundial las políticas para frenar el calentamiento global, como demuestran el continuo incremento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y las inversiones en plantas de carbón en países como China e India. La COVID 19 exacerba el reto.

Pero el dinero no debería ser un problema, porque hay mucho y, sin riesgo de inflación a la vista, los bancos centrales pueden crear más. Solo hace falta voluntad política para poder disponer de él. Una buena parte podría obtenerse recortando el gasto militar mundial, que ha vuelto a crecer en 2019. Los ocho países con mayor presupuesto militar gastan 1,2 billones de $, casi el valor del PIB español . Todos sabemos que la riqueza está muy mal repartida: según Oxfam, en 2016 62 personas tenían tanta como el 50% de la humanidad . A este mal reparto contribuyen la corrupción, el fraude y la elusión fiscal y la desequilibrada distribución de la carga tributaria. La existencia de los paraísos fiscales ha llevado a la reducción del tipo nominal de los impuestos sobre beneficios. En la UE-28 el promedio del tipo legal máximo cayó desde el 35% en 1995 al 21,9% en 2016. Pero el tipo efectivo, es decir, el que queda tras aplicar deducciones, exenciones y otras ventajas fiscales, fue en 2016 el 10,3% . En ese año, la imposición sobre los beneficios empresariales representó sólo el 7,9 % de los ingresos fiscales de la UE-28. Un informe del Parlamento Europeo de marzo de 2019 concluyó que Bélgica, Chipre, Holanda, Hungría, Irlanda, Luxemburgo y Malta ofrecen ventajas propias de los paraísos fiscales y que esto le cuesta al conjunto de la UE entre 50.000 y 70.000 millones de € anuales. La Comisión Económica para América Latina y Caribe (CEPAL) estima que el coste de la evasión y de la elusión fiscal para dieciocho países de América Latina en 2017 fue de 335.000 millones de $, cifra que equivale a la suma de los PIB de Chile y Uruguay en 2018 .

Son solo algunos ejemplos. Por supuesto, mucho mejor que tener que corregir la desigualdad sería variar el rumbo de la economía para que no la generara. 

Termino con un párrafo del libro El Tao Te King. Su autor, Lao Tse, hizo hace unos 2.500 años esta recomendación:

Planifica lo que es difícil mientras es todavía fácil, realiza lo grande mientras es todavía pequeño. Las cosas más difíciles del mundo deben hacerse mientras son todavía fáciles, las cosas más grandes del mundo deben hacerse mientras son todavía pequeñas. Por esta razón, los sabios nunca hacen lo que es grande y es por ello por lo que pueden conseguir la grandeza.

Vamos con retraso, pero más vale tarde que nunca. Es ahora cuando hay que actuar, cueste lo que cueste.

Miguel Á. Ortega. Presidente de Asociación Reforesta. 


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